Avanza la jornada y el crepúsculo trae el silencio. Esos pocos minutos en que las formas se desdibujan, antes de la oscuridad total, pertenecen a la becada. Varios ejemplares sobrevuelan en círculos, a pocos metros sobre las copas.
Valle abajo, en los alrededores de un estanque, se activan los coros de ranitas meridionales al tiempo que reclama un petirrojo, a modo de despedida del día. Lo mismo hacen un pinzón vulgar y un mirlo.
De repente llega un gañido, varios gritos agudos y una nota lúgubre y lejana: escuchamos a la hembra, los pollos y el macho que forman una familia de búhos chicos.