Dióxido de azufre

Origen

El origen del SO2 es, es principalmente antropogénico. Es un gas que se origina sobre todo durante la combustión de carburantes fósiles que contienen azufre (petróleo, combustibles sólidos), llevada a cabo sobre todo en los procesos industriales de alta temperatura y de generación eléctrica.

En los últimos años se ha producido un descenso acusado de las emisiones de SO2 producidas por la combustión en industrias de producción de energía debido a diversos factores, como el Plan 2007 de Reducción de Emisiones de Grandes Instalaciones de Combustión (GICs), que obligó a la introducción de tecnologías de desulfuración.

El principal emisor de SO2 es el sector industrial, con lo cual la distribución temporal de los niveles de SO2 suele venir determinada por los periodos en los que la industria emisora que afecta a la estación está en funcionamiento. 

Valores legislados para SO2

Valor legislado Valor límite Período

Valor límite horario (VLH) para la protección de la salud humana (fecha de cumplimiento: 1 de enero de 2005)

350 μg/m3

Valor medio en 1 h

No debe superarse en más de 24 ocasiones por año civil

Valor límite diario (VLD) para la protección de la salud humana (fecha de cumplimiento: 1 de enero de 2005)

125 μg/m3

Valor medio en 24 h

No debe superarse en más de 3 ocasiones por año civil

Valor límite para la protección de los ecosistemas (nuevo nivel crítico para la protección de la vegetación, según la Directiva 2008/50/CE y el RD 102/2011)

20 μg/m3

Año civil y periodo invernal (1 de octubre del año anterior a 31 de marzo del año en curso)

Efectos en salud y ecosistemas

El dióxido de azufre (SO2) está regulado en la normativa a causa de su potencial efecto sobre la salud y los ecosistemas.

Este contaminante puede producir, incluso a grandes distancias del foco emisor, efectos adversos sobre la salud (tales como irritación e inflamación del sistema respiratorio, afecciones e insuficiencias pulmonares, alteración del metabolismo de las proteínas, dolor de cabeza o ansiedad), sobre la biodiversidad, los suelos y los ecosistemas acuáticos y forestales (puede ocasionar daños a la vegetación, degradación de la clorofila, reducción de la fotosíntesis y la consiguiente pérdida de especies) e incluso sobre las edificaciones, a través de procesos de acidificación, pues una vez emitido, reacciona con el vapor de agua y con otros elementos presentes en la atmósfera, de modo que su oxidación en el aire da lugar a la formación de ácido sulfúrico.

Además, también actúa como precursor de la formación de sulfato amónico, lo que incrementa los niveles de PM10 y PM2,5, con graves consecuencias igualmente sobre la salud.

Valores recomendados por la OMS