La Encomienda de Mudela: Vegetación

Encinas dispersas entre las tierras cultivadas

La Encomienda de Mudela se encuentra comprendida en toda su área dentro del dominio de los encinares mesomediterráneos silicícolas, aunque en gran parte de su territorio esta circunstancia sólo es apreciable gracias a los escasos ejemplares de encina que han sobrevivido a las talas para la obtención de leñas y carbones, y, sobre todo, al cultivo agrícola.

En general, la vegetación de estos paisajes se encuentra profundamente alterada por la actividad humana, destacando con fuerza en el paisaje vegetal extensas estepas cerealistas. Este tipo de vegetación, sin tener un gran interés florístico, dada la banalidad de las especies que logran convivir con el cultivo cerealista, sí lo tiene como biotopo de la fauna esteparia. Entre estas dilatadas tierras de labor todavía puede contemplarse alguna encina aislada, o un pequeñísimo grupo de ellas, de buena talla y conformación, que han persisitido en lugares de difícil laboreo, y que indican la voluntad de la comarca de desarrollarse como encinar.

Cantueso (lavandula stoechas) - Tomillo (Thymus vulgaris)

Los lastonares, cantuesares y tomillares, también presentes en esta comarca, son otras tantas formas esteparias de vegetación que ocupan laderas pedregosas y secas. Estas pequeñas matas cubren deficientemente el suelo porque dejan grandaes espacios entre ellas, aunque está dotadas de extensos sistemas radicales, profundos y tenaces, que les ayudan a vivir en suelos pobres y de ambientes áridos. 

Lentisco (Pistacia lentiscus) - Jara pringosa (Cistus ladanifer) - Estepa (Cistus albidus)

También tienen una notable representación los carrascales, retamares, lentiscares y jarales. La forma de carrascal es la que adopta el encinar en La Encomienda, con montes poblados de encinas, generalmente pequeñas, y las matas a las que da lugar su tala. Una característica, tanto de estos encinares como de los matorrales surgidos de sus primeras etapas de sustitución,  es su tendencia a la termicidad, no tanto por los extremados niveles que alcanzan las temperaturas estivales, como por la bonanza de los inviernos, que se manifiestan en la abundancia del lentisco y del acebuche. Estas formaciones de grandes matas de lentisco, coscoja, acebuche y cornicabra, crean espesuras de gran desarrollo vertical y gran vigor vegetativo, formando un matorral de alto valor ecológico que aporta una gran cantidad de alimento a la fauna fitófaga. Tienen, además, una gran capacidad de conservación del suelo del encinar desaparecido, que todavía conserva buenas condiciones forestales. Sin embargo, el lentisco y el acebuche se encuentran aquí en el límite de sus requerimientos térmicos, pues su área natural en toda la Península Ibérica se extiende por toda la orla marítima, meridional y levantina.

En algunos puntos del paraje conocido como El Chaparral pueden verse bosques más o menos extensos de pino piñonero (Pinus pinea), que tienen todo el aspecto de no ser espontáneos, a pesar de su gran desarrollo y de su arraigo en el paisaje vegetal. No obstante, hay que tener en cuenta que se trata de una especie de pino que se encuentra naturalizada en grandes extensiones de la Sierra Morena cercana, perfectamente adaptados a sus condiciones de suelo y clima, y que en bastantes localidades de su área representa actualmente la única forma de arbolado que puede subsisistir en ellas.

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