Los sonidos del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama

9. Las montañas de la bruma. Fuente de Collado Ventoso

Las montañas de la bruma. Fuente de Collado Ventoso

Y tras las lluvias llegaron las nieblas. No los pesados bancos de niebla que amortajan durante días las llanuras, sino las brumas ligeras, los jirones de vapor que emergen de los bosques, de las vaguadas y los riscos en las laderas. 

Vistos en la distancia, parece que los bosques de montaña están puestos a secar. Desde dentro la  sensación es otra. La niebla parece inmóvil y comunica ese aire de inmovilidad, de quietud, al paisaje que envuelve. La visibilidad se cierra a unos pocos metros; las formas se desdibujan; el bosque más simple se convierte en una intrincada selva. En cuanto al fondo, el bosque suena a poca cosa, si es que suena a algo más allá de los murmullos típicos de los valles.

A mediados de noviembre los pájaros forestales están en plena invernada, es decir, en silencio. Lo más que se atreven a emitir son unos sutiles reclamos, casi siempre sílabas aisladas agudas y penetrantes, mensajes de aviso, cargados de tensión.

Un zorzal común está alerta. La llamada, aguda y rápida, sirve para avisar a toda la comunidad entre la niebla de la presencia de un intruso. Las señales breves y de alta frecuencia son muy difíciles de localizar, y esta es una peculiaridad de la que se sirven los zorzales para avisar de un peligro sin delatarse inmediatamente.

Sisea un zorzal alirrojo. Aunque cueste creerlo, pasan por ser las aves mejor dotadas para el canto... el resto del año.

Hay que tener un oído muy fino para identificar a las diferentes especies en este catálogo de alfilerazos agudos. Agateadores comunes, carboneros garrapinos y los rechonchos picogordos emiten sus sutilezas junto a los escribanos montesinos. 

Cada tarde, cerca del crepúsculo, cientos de cuervos revuelan por la ladera de Siete Picos, entre los puertos de Navacerrada y la Fuenfría; aunque parezca mentira, lo que buscan con tanto barullo es un lugar tranquilo para pasar la noche. Por debajo de ellos graznan los arrendajos. 

Pero la quietud vuelve enseguida a los bosques inmovilizados por la niebla.

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Ficha técnica