Los sonidos del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama

7. La señal. Arroyo de La Umbría

La señal.  Arroyo de La Umbría

Andando por los bosques en estos días, mediado el verano, oiremos una señal que se propaga de un lado para otro. Es una llamada de tensión y desconfianza. El bosque entero está alerta.

Todas las aves forestales llevan semanas ocupadas en sacar adelante  a sus pollos. Muchas de ellas irán ya por la segunda, y hasta por la tercera puesta. En cada árbol, en cada maraña, hay nidos ocultos llenos de seres desvalidos. Pinzones, petirrojos, carboneros, mirlos, chochines y demás, se han repartido todo el territorio disponible, en áreas delimitadas por la sutil frontera que trazan con sus cantos. Así que estemos donde estemos, en marcha o quietos, siempre nos encontraremos cerca de un nido, o con una familia de pollos volantones deambulando alrededor. Y con uno o dos adultos que, sintiendo la amenaza sobre los suyos, se expondrán con valentía para atraer hacia sí el peligro.

La tensión se palpa en el aire. El reclamo de alerta de muchos pájaros forestales es muy similar, y se expresa en la forma que podríamos denominar silbarronca: una serie de silbidos más o menos finos, más o menos agudos, seguidos por un carraspeo. La silbarronca la hacen los ruiseñores, a quienes, en rigor, se les debe aplicar el nombre –un sonido tan distinto al de su canto que en muchos sitios se les toma por especie diferente-. Pero también la hacen los carboneros comunes, aunque de manera más sutil, más aguda. 

Una secuencia similar emiten los petirrojos excitados, que se exponen con gallardía al peligro con un silbido metálico, penetrante, emitido en largas series antes del carraspeo. Y los pinzones vulgares, siempre tan ruidosos, que encaramados a las ramas silban, líquidos, y rematan con un chui chui doble, una desviación sin aristas del carraspeo ronco. 

Currucas capirotadas y chochines prescinde de los silbidos y se quedan con el ronquido, acelerado y en tensión.

A nuestro paso el sonido del bosque cambia. La señal no deja lugar a dudas. En las arboledas donde rebullen nuevas presencias no somos más que unos intrusos.

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Ficha técnica