Amanece en las dehesas de Zacatena, en la zona de contacto entre las tierras secas, de labor, y el humedal. Silba un alcaraván, y una vaquera arrea su ganado. Oculta entre la hierba, una codorniz delata su presencia: una triple nota que anuncia la llegada de un día caluroso. Lo mismo hace una cogujada desde un majano.
En las copas de los sauces que crecen en la orilla canta la oropéndola y arrulla la paloma torcaz
El viento mece los carrizos que crecen en las orillas encharcadas. Aquí, en este límite donde se encuentran la Mancha seca y la encharcadiza, bajan a beber las gangas y las ortegas, o churras. Unas y otras son aves de estepas, y deben el nombre, claro está, a sus voces inconfundibles.
Los trigueros, en cambio, se lo deben al hábitat elegido. Una urraca gruñe mientras la golondrina ceba a sus pollos, en un nido de barro colgado en la pared de una antigua ruina.
Calandrias y alondras levantan el vuelo para, a falta de posa-deros más adecuados, delimitar el territorio desde 15 metros de altura.
Es primavera, época de celo también para las parejas de aguiluchos laguneros, las aves de presa más abundantes en las Tablas, que realizan todo el cortejo desde el aire, casi rozando los penachos de los carrizos. A lo lejos, el ronroneo de un tractor se incorpora al paisaje sonoro.