Tan significativos como los gritos ásperos y restallantes de las chovas piquirrojas, son los ecos que devuelven los farallones calizos de este mundo en vertical.
El treparriscos, una de las aves mejor adaptadas a los despeñaderos, lanza su secuencia de canto, varias notas aflautadas y espaciadas.
Y en una repisa, gorjea un acentor común.
Ha comenzado el deshielo y el sonido de infinidad de cascadas y gargantas se mezcla y difumina con el viento y la distancia, resultando un fondo sonoro que define perfectamente estos espacios vacíos.