Al comienzo de la primavera las noches son aún muy frías, y nada se mueve. Por contraste entre la luz de la luna, arriba, y su reflejo abajo, en la nieve del suelo, las siluetas de los abetos parecen aún más oscuras. Sobre esta atmósfera quieta, y con las campanas de la iglesia de Pineta a lo lejos, corre la llamada del mochuelo boreal, aflautada, rápida y repetitiva.
Un cárabo ulula y una becada sobrevuela en círculos con los gruñidos y siseos de su llamada territorial.