Una fuerte ventisca acaba de barrer las cumbres más altas de la sierra. Un reino inhóspito al que sólo acceden el acentor alpino y las collalbas grises. Más abajo, sobre los pastizales, cantan las alondras bajo un cielo que amenaza tormenta.
El aguacero hace que se callen. El esquileo del ganado sirve de fondo a un escribano hortelano.
Las totovías de un bosquete cercano cantan mientras describen círculos en el aire. Y una tarabilla común se deja oír desde unos cardos.
Los prados alpinos son el territorio de la lavandera boyera. El cielo vuelve a tronar, y con el retumbar se confunden los graznidos de las chovas. Un colirrojo tizón pasa a primer plano
Al borde de uno de los barrancos por los que desagua la sierra gritan las bandadas de vencejos. Más abajo, aislado sobre una roca, un roquero solitario. Y en la misma pared los chillidos del gorrión chillón. Poco después llegan los aviones roqueros. Por alguna razón, las aves rupícolas llevan su mundo escrito en el nombre
Este chirrido rápido corresponde a una colonia de vencejos reales.
Y a lo lejos, por fin, otra bandada, está de grajillas, que se remonta sobre el valle