Los sonidos del Parque Nacional de Monfragüe

9. Nocturno. De una noche de verano al punto final

Nocturno. De una noche de verano al punto final

 

Se acerca el crepúsculo y en la atmósfera fresca y serena de una charca croan las ranitas de San Antón. Varias ciervas escapan a la carrera, rompiendo el monte. En este momento de transición del día a la noche, la hora quieta del crepúsculo, todo parece detenerse, quedar en suspenso. Hasta los ruiseñores renuncian por un tiempo a sus virtudes canoras y desde la espesura emiten un simple reclamo, un silbido agudo seguido de un carraspeo: es la llamada de la silbarronca. Martillean de nuevo los mirlos. Los grillos, tímidamente al principio, se templan y expanden su melopea por la serenidad de la tarde.

Las sombras de las encinas se estiran. Vuelan los chotacabras pardos, proyectando sus matraqueos sobre los claros del monte. Desde el fondo de la noche silban los alcaravanes.

Varios mochuelos trazan con sus maullidos los límites de la dehesa. En un soto cercano se produce una confusión de autillos. Uno llama desde la copa de un chopo, y una pared cercana devuelve su eco. Otro individuo se incorpora al concierto, y aún otro más. Y al final no queda muy claro qué silbidos corresponden a un ave, cuáles son el sonido reflejado de la piedra

Todo está preparado para que comience la hora del ruiseñor. Una hora generosa que durará toda la noche, y aún todo el verano. Las notas entrelazadas del ruiseñor brillan, destacan sobre el indeciso estridular de los grillos, el croar de las ranas y los silbidos cadenciosos de los autillos.

Hasta que, por fin, las tormentas vuelvan a anunciarse en lontananza. Regresa el otoño; un año más, los rebaños de ciervos se reúnen. Las voces broncas de los machos ruedan ladera abajo y anuncian el cierre del ciclo estacional en Monfragüe.

0:00
/
 

Cortes sonoros

Ficha técnica