Más arriba, ya en Las Cañadas, el silencio ambiental, con el Teide en lontananza, es sobrecogedor. El silencio más absoluto domina la escena.
Sólo cuando el calor empieza a apretar la atmósfera se llena con el zumbido de los insectos y la voz de los mosquiteros.
Una perdiz moruna reclama ladera abajo.
En la pared del risco de La Fortaleza dos cernícalos vulgares vuelan encelados. Acabarán peleándose. Por encima de las crestas pétreas, bandadas de vencejos unicolores sobrevuelan en amplios círculos
El silencio sigue siendo la norma general, aunque rebuscando un poco se pueden encontrar algunos retazos sonoros. En los retamares de Las Cañadas escuchamos dos voces bien distintas: el parloteo rápido del canario y la voz metálica, con numerosas variantes, del alcaudón real.
¡Y nada más!
Algo inaudito en estas sequedades: el borboteo de una corriente de agua en la zona llamada El Riachuelo. Una galería rota deja escapar el agua a borbotones. Al frescor acuden algunos mosquiteros y una pareja de palomas bravías
El soplo del volcán hace mucho que calló. Pero, como recuerdo, el Teide aún arranca un murmullo al viento al arrastrarse por sus laderas.